Es imprescindible mencionar que
Singer sentó las bases para las películas basadas en cómics del siglo XXI a
partir de su primera cinta de los X-Men, en el año 2000.
Yo pretendía ofrecer un rosario de
paralelismos entre los cómics de mutantes originales, la inclusión con calzador
del australiano Hugh Jackman para enlazar las entregas cinematográficas de los
mutantes, que no obstante recuerda a la atracción de su personaje Wolverine por
la telekinética Jean Grey (aquí interpretada por una preciosa Sophie Turner,
Sansa Stark en la serie Juego de tronos),
congruente con los relatos de la historieta original.
Fui al cine como cualquier hijo de
vecino, armado de palomitas y refresco. Fui testigo de un asombroso despliegue
de efectos especiales, actuaciones regulares, incluso con güeva, de los
regularmente muy buenos James McAvoy (el profesor Charles Xavier), Michael
Fassbender (Magneto); de una guapa, desinteresada y desperdiciada Jennifer
Lawrence (Mistique) y del muy prometedor Evan Peters, como un simpatiquísimo, superveloz
Mercurio (que los niños le llamen Quicksilver, yo lo conocí en español, en los
cómics de Los Vengadores publicados
por la difunta Novedades Editores).
Iba a despedazar al irreconocible
guatemalteco Oscar Isaac, sepultado por el maquillaje y la sobreactuación al interpretar al villano Apocalipsis; al
inútil e impactante personaje Psylocke, encarnado por Olivia Munn; a la
simpática Jubilee de la niña Lana Condor, que desapareció al editar la cinta…
Pero el pasado fin de semana se
entregaron Los Arieles, los premios que ofrece la Academia Mexicana de Artes y
Ciencias Cinematográficas, que cumple 70 años.
¿Cómo hablar de una superproducción
gringa cuando el cine mexicano languidece?
Paul Leduc, quien recibió un Ariel
de Oro por su trayectoria, que incluye Frida,
naturaleza viva (1983) y Reed, México
insurgente (1983), ofreció un discurso contundente sobre la pobre situación
de la industria del cine nacional, dichos mutilados en la emisión de la
ceremonia que presentó Canal 11.
En buena hora La Jornada lo ofreció íntegro en su edición del domingo pasado.
Leduc afirma que pagar un boleto de cine es
prohibitivo para el 75 por ciento de los mexicanos, que no obstante destinamos
11 mil millones de pesos al año para soñar, divertirnos, pensar y conmovernos
ante la magia de imágenes en movimiento. Que las principales productoras
mexicanas, Canana y Mantarraya, obtienen por sus trabajos, entre las dos,
ingresos anuales por 35 millones de pesos, al tiempo que 20th Century Fox
(productora de X-Men: Apocalipsis)
distribuye cintas ganando mil 500 millones de pesos; Universal Pictures otro
tanto, Warner y Disney se llevan 2 mil millones cada una, además que
“Videocine, de Televisa, supera mil millones”.
De acuerdo con Leduc, “los cineastas actuales
ignoran el público al que se dirigen porque nunca le han permitido conocerlo
realmente, relacionarse con él. La culpa es del público, que no quiere ver cine
mexicano, se dice. Quizá en este caso así sea. El público de hoy no es el de
antes, el de la Época de Oro, el del cine de estreno a cuatro pesos. Hoy no
prefiere lo mexicano; hoy no le gusta lo mexicano. Hoy quizá ya no quiere ser
mexicano. Cabe preguntar quién, cómo y por qué se formó así ese público”.
Leduc apela al apoyo gubernamental, pidiendo
un solo peso de impuesto en taquilla para destinarlo al cine nacional.
Sí, el cine mexicano ignoró a la historieta
como su hermana pobre. Mientras el cine gringo toma al cómic como fuente de
contenidos, la historieta mexicana, refugiada en Internet, fuera de los puestos
de periódicos y luchando por mantener su espacio en librerías, no recuerda a la
historieta, de la que apenas adaptó series de éxito hace más de 30 años, al Chanoc de Ángel Mora; a la esperpéntica,
horrorosa en muchos niveles Hermelinda
Linda de José Cabezas; al grandilocuente Kalimán que domina la mente, misma que “lo domina todo”.
Buena suerte al cómic mexicano, que ya sin
contacto netamente popular aún existe. Buena suerte al cine mexicano, que
espera reencontrarse con su público primero, que debería ser el nacional, no
sólo el de festivales a lo largo del mundo.
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