El cómic mexicano se halla en transición. Aniquiladas por sí mismas las grandes editoriales de tirajes gigantescos, la historieta nacional vive y vibra en internet, se publica en cantidades que no superan un par de miles de ejemplares, y son pocos los talentos de la ya pasada era dorada que siguen activos.
Arturo Louga (Mexicali, Baja
California, 29/VI/1956) vivió el auge y caída del cómic industrial mexicano. Lector
de Tarzán y Joyas de la mitología de Editorial Novaro, a los 18 años “conocí al maestro Manuel Moro
Cid (entonces director de Novaro), él fue mi mentor por casi tres años, iba a
la Editorial Novaro los lunes en la mañana, le mostraba mis prácticas y él me
aconsejaba lo que tenía que hacer en base a mis errores, aprendí bastante
rápido, ya no se pudo continuar ya que la última vuelta (en 1985) que me di ya
estaba la editorial cerrada, lo que supe después, (es que) fue víctima de fraude,
no lo pude comprobar nunca”, narró Arturo en entrevista electrónica.
“Ante esta situación, me vi obligado a probar
suerte en las editoriales de aquí, fui a Novedades Editores, me entrevisté con
Carlos Rojas, que llevaba el Libro
Vaquero, vio mis muestras, me dijo que le gustaba mucho mi estilo, pero que
necesitaba gente con experiencia, le pedí que me diera la oportunidad y no me
la dio. Después fui a Editorial Vid, mostré mis muestras y pasó lo mismo. Pensé
después darme una vuelta a Roma, Italia, fui a la Corriere Boy (suplemento del diario Corriere de la sera), ahí me dieron trabajo pequeño de dos páginas
de temas diversos, estuve seis meses, me fue regular por ser
extranjero, me regresé a México desalentado”, agregó.
Licenciado en artes visuales, pero de formación
autodidacta como ilustrador y narrador, estudioso del trabajo de grandes
dibujantes peruanos y europeos (Arturo
identifica entre sus grandes influencias a José González, Rudy Nebres, José
Ortiz, Ramón Torrenz y Gonzalo Mayo, entre otros), Arturo dijo que “en una ocasión, viendo el periódico, vi
un anuncio de una nueva editorial (Pin Pon) que solicitaban dibujantes,
portadistas y guionistas, me di una vuelta, mostré mis muestras a Pepe Cabezas, él si me dio la
oportunidad de laborar, trabajé durante ocho meses, quise probar en otra editorial
entonces prácticamente nueva, Proyección, y me dieron las sensacionales (cómics populacheros, muy bien ilustrados, que
presentaban ante todo historietas de humor y violencia). Ahí labore por más de
14 años; en esta editorial, ahora llamada EJEA, tuve en mis manos la revista Dragón el karateca, fue mi mejor época
la cual duró ocho años, y continué con las sensacionales”.
Recordó que para principios de la década de 1990 “ante
el boom que tuvieron las historietas
para el público popular, (los sensacionales
de) albañiles, chafiretes, mecánicos, etcétera, tuvieron un ‘huevo de oro’ que
hizo prosperar aún más a la editorial EJEA, comenzaron a crear otras
historietas por el estilo, que fueron muchísimas, y además, otras editoriales estaban
haciendo lo mismo, hasta que se generó una competencia feroz, el público
cautivo de éstas ya no tenían en mente que revista comprar cuando iban al
puesto, ya eran tantas que tomaban la que más le latía.
“A partir de ahí, los editores abandonaron las
historietas familiares y de todo público, decían que las de adulto eran las que
se vendían mucho más, hasta que como es sabido por todos, en el año 2000, con
el cambio de gobierno, sucedió que la economía se estancó y por consiguiente la
inflación subió y el poder adquisitivo se mermó sustancialmente, los editores
no previeron que el público que tenían eran los de escasos recursos, aun así no
lo vieron y siguieron publicando ‘más de lo mismo’ hasta que sus ventas cayeron
de forma alarmante, varios de nuestros compañeros les mostramos propuestas para
salvar la industria, no tuvimos suerte, estuvieron aferrados a su ‘huevo de oro’
y en el 2010 fue que cerraron la mayoría de las editoriales, algunas ya ‘funcionaban’
agónicamente, daban el trabajo a cuentagotas y pagaban después de uno o dos
meses, hasta que finalmente murió. La industria editorial no murió por
mal negocio, murió por malos editores”.
Actualmente, Arturo vive en Coatzacoalcos,
Veracruz, donde “doy clases de dibujo profesional a muchachos con aptitudes del
dibujo, no enseño dibujo, les ayudo a mejorar sus trazos y de esta forma, mis
alumnos han notado sus progresos significativamente, me siento orgulloso de
ellos y por ellos, me siento motivado para continuar con mis clases”.
Confió que “ahora estoy trabajando para
QuarantineStudios, una empresa dedicada a hacer estatuillas, tengo muy poco
tiempo, apenas dos meses, esto es debido a que en una ocasión publiqué en
Facebook una ilustración de un hombre lobo acechando a una mujer, uno de
los contactos de otro contacto que tengo le gustó, es (el creativo) Paul
Conner, me pidió los derechos de la ilustración y se la vendí.
“Entre otras cosas, me pidió si podía hacerle un
dibujo de una chica, en este caso a Dorothy la del Mago de Oz, pero no clásico sino más moderno, tipo apocalíptico, le
dije que sí y se la realicé, le fascinó el trabajo y me encomendó más, ya llevo
cuatro personajes y ya me comentó que quiere otras propuestas, está muy
contento con mi trabajo.
“Lo que es la vida, no estoy haciendo cómics, pero
lo descarto por nada, el año pasado estuve a punto de entrar a (la editorial
estadunidense) Dynamite a dibujar Vampirella”,
personaje que le es entrañable.
Arturo Louga, testigo y superviviente de una
agitada era que llevó a la historieta mexicana a pasar del papel al pixel, tiene
aún mucho arte qué hacer y compartir, y entre otros proyectos se ha sumado a Relatos intermedios, realizado con guion de Aldo Bonanni, editor de La Jornada de Oriente.
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