México
ha recibido con afecto y entusiasmo a los dibujos animados japoneses, incluso
más que en Estados Unidos y Europa. La cultura japonesa, en muchos aspectos
antípoda de la mexicana, resulta fascinante para un amplio sector de la
juventud nacional. O si no, que alguien me explique el porqué de la
proliferación y éxito de las frikiplazas,
centros comerciales que no son más que tianguis glorificados donde se ofrecen
películas, juguetes, disfraces y comida nipona.
Diversas fuentes aseguran que el
primer anime (que es como le llaman
los nipones a las series de dibujos animados) transmitido en México fue Astroboy, de Osamu Tezuka. Tezuka fue
autor primero en manga (historieta)
de relatos que eventualmente se realizaron en dibujos animados, y que se
emitieron en nuestro país. Luego de Astroboy,
un poderoso niño robot, nos cautivó con sus aventuras, le siguieron Kimba el león blanco –que algunos
identificamos como la fuente original para El
rey león de Disney (1994)— y La
princesa caballero.
Casi concurrentemente vimos en México Marino
y la Patrulla Oceánica, Fantasmagórico
y Sombrita. Y aunque eran series con
actores, los televidentes nacionales solemos poner en la misma canasta a Monstruos del espacio y Ultramán.
Esta última nos fue arrebatada a lo pelado a los chavos mexicanos,
de un día para otro. Hay quien asegura que la desaparición de Ultramán y los
monstruos gigantes (denominados en japonés kaiju)
con los que combatía fue resultado de que alguna persona le dijo a Esther Zuno,
esposa del entonces presidente Luis Echeverría, que había un programa que
propiciaba que los niños jugaran a trancazos, y la señora ordenó a la Dirección
de Radio, Televisión y Cinematografía de la Secretaría de Gobernación que la
retirara del aire, sin pensarlo y sin haberla visto.
Otro programa indispensable, también con
actores aunque frecuentemente combinados con caricaturas, fue Señorita Cometa, las peripecias de una
princesa mágica obligada a vivir en la Tierra como asistente doméstica al
cuidado de dos niños, para que aprendiera responsabilidades.
Cometa hizo que varias
generaciones de mexicanos recibieran el apodo de Chivigón, como se llamaba un
dragoncito de trapo amigo de la protagonista, o de tener los ojos rasgados, que
se nos llamara Takeshi o Koji.
Los capítulos originales doblados al español
de Señorita Cometa se perdieron en el
terremoto de 1985, que destruyó parte de los archivos de Televisa. Cuando se
volvió a emitir hace un par de años, se hizo un doblaje totalmente nuevo y en
un feliz giro del destino el actor Alfonso Obregón, que interpretó a Koji cuando
era niño, hizo en esta nueva versión la voz del papá de la familia que da
empleo a Cometa.
Para mediados de la década de 1970 llegó Heidi, uno de los más grandes éxitos
nipones fuera de Japón. Menos pegadoras resultaron Sally la brujita, La princesa de los mil años y la alucinante La nave espacial (Spacebattleship Yamato), que presenta una gran migración humana
fuera del planeta Tierra por una devastación radiactiva producto de una
invasión extraterrestre.
Y mientras los chamacos nos emocionábamos con
las aventuras espaciales de Robotech,
también nos enamorábamos en secreto de La
dulce niña Candy.
Inmersa en un bache terrible en la calidad
del doblaje mexicano llegaron Los gatos samurai
y a continuación el más grande éxito internacional de las caricaturas
japonesas, Dragon Ball.
Posteriormente se emitió en nuestro país Sailor
Moon, sin la censura que hizo a la serie incomprensible en Estados Unidos,
donde retiraron los desnudos al igual que las referencias homosexuales y
lésbicas.
La Santísima
Trinidad del Anime en México se completa con Los caballeros del zodiaco, cuyo éxito no es comprendido por los
aficionados gringos, que la hallan lenta. Poco después llegó Pokémon, con animalitos de poderes
especiales que se coleccionan para hacerlos entablar combates, y sus imitadores
Digimon.
También aparecieron en las pantallas
mexicanas Las princesas mágicas del
colectivo Clamp, La visión de Escaflowne y La
rosa de Luxemburgo. La divertidísima, irreverente Ranma ½ fue un escándalo que pudo ser mayor, al presentar un
protagonista que cambiar de sexo al recibir un cubetazo de agua fría.
Y de pronto llegó Internet, que cambió la
forma de mirar televisión.
Hoy ya no tenemos que esperar a que las
televisoras buenamente nos quieran ofrecer series japonesas de caricaturas, que
los aficionados tenemos a nuestra disposición en la red en su idioma original,
subtituladas o dobladas por los mismos fans. También están disponibles
servicios de streaming especializados en animación nipona.
La oferta de entretenimiento se multiplicó
exponencialmente en esta era digital, tenemos a un clic de distancia lo mismo
productos familiares que series que requieren meditarse para comprenderse y
disfrutarse, como Evangelion.
Hay dibujos animados japoneses para llenar
años de horas de ocio. Adiós, televisión abierta. No te vamos a extrañar.
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