El pasado fin de semana se realizó la quinta edición de Festo Cómics, el festival de autores de historieta. Una feliz convivencia de dibujantes, escritores, promotores de los cómics y el elemento más importante, los lectores. Porque el mejor trabajo de narración lexicopictográfica (sambenito que le impuso a la historieta Modesto Vázquez, editor original de Kalimán) vale ladre sin que haya quien lo haga suyo.
Y después de gozar de una avalancha
de talento, entusiasmo y ganas de compartir el trabajo, queda ante nosotros la
historieta mexicana del siglo XXI.
Hubo una vez un México sin
comunicaciones electrónicas, cuyo pueblo se entretenía con la radio, el cine y
los menos con la televisión, pero sobre todo con las historietas. Las crisis
económicas en la década de 1980 casi hicieron cerrar a lo que se llamó “la
historieta de servicios”, las reproducciones de cómics extranjeros impresos por
Editorial Novaro.
Grupo Editorial Vid abandonó su vocación
de publicar historieta mexicana y retomó a los cómics gringos, empezando con Archi y creando lo que se llamó El boom del cómic a mediados de los
noventas, al publicar La muerte de
Supermán. Surgió la Conque, la primera convención de historietas de la
ciudad de México. Al mismo tiempo, Editorial EJEA y su escisión, las
editoriales Mango y Toukán, inundaron el mercado con historietas populacheras,
sexicomedias que don Sixto Valencia, creador de la imagen gráfica definitiva de
Memín Pinguín, llamó “cómics de pantaletas que hablan”.
Surgió la afición por el manga, el cómics de estilo japonés,
cultivado en México por Editoposter y su inolvidable director Arnulfo Flores,
inmortal de por sí al editar Conecte,
la revista pionera del periodismo rockero nacional, y el desmadroso Simón Simonazo. Germán y Jaime Flores
promovieron el estilo nipón en México con Toukán
Manga, que publicó I.Doll de
Adalisa Zárate, y con Los supercampeones,
con dibujos de Jorge Break y Carlos Lobo
Cuevas.
La industria del cómic mexicano, que en
la década de 1970 llegó a publicar un millón y medio de ejemplares semanales de
Lágrimas y risas y Kalimán, desapareció cuando llegó el
nuevo siglo, al tiempo que sus lectores migraron al entretenimiento
electrónico, a los juegos de video y las películas pirata.
Hoy la historieta mexicana sólo se
parece a sí misma. Surge en Internet y sus realizadores luchan por
autopublicarse, salvo las contadas excepciones –entre ellas Bernardo Fernández,
Bef— cuyo trabajo aparece
directamente a través de editoriales consolidadas.
El cómic mexicano abandonó los puestos
de periódicos y ya está en librerías. Los lectores comemos pastel, porque se
acabaron los bolillos, ganamos calidad, perdimos cantidad pero también la
historieta nacional corre el riesgo de volverse un producto de elites.
Si algo nos dejó Festo, es la certeza de
una escena comiquera mexicana fuerte, viva, vibrante.
Tenemos a la avanzada regia, los moneros
surgidos en Monterrey y su zona metropolitana encabezados por el colectivo Central Fixión que incluye a
Raúl Treviño, Dono Sánchez Almara y Sergio Hernández (creadores de Nómadas del yermo, Turbo Desafiante y Rockers, respectivamente).
Están los grandes autores que comenzaron
como alternativos hace 30 años y hoy son amigos y guías de nuevas generaciones,
entre ellos Luis Fernando y Edgar Clement, veteranos de mil batallas que
incluyen la vanguardia que encabezaron en el suplemento Histerietas de La Jornada.
A su lado van los rockstars de la
historieta nacional, que publican en Estados Unidos y acarrean multitudes,
Humberto Ramos y Gerardo Sandoval, realizadores de los superhéroes gringos de
Marvel.
En el filo entre estos dos extremos
avanza Sebastian Bachan Carrillo,
quien combina su trabajo alimentario en publicidad con su extraordinaria
historieta surrealista cyberpunk Power Nap (con guion de
Maritza Campos) mientras se da tiempo para dibujar historietas alternativas
para Estados Unidos (donde llaman alternativo a cualquier trabajo que no lleve
superhéroes).
No muy lejos están los jóvenes
consolidados, Augusto Mora con sus cómics
comprometidos y cercanos al periodismo —¿A
dónde nos llevan?, que presenta la tragedia de los 43 normalistas de
Ayotzinapa desaparecidos, y Grito de
Victoria, que hace un paralelo entre los movimientos sociales de 1971 y
2012—, y Juanele con sus
amables, bonitas y desmadrosas series Patote
y Moquito.
Mucho menos socorridos por los fans pero no menos importantes son los
supervivientes de la era industrial; Rafael Gallur realiza arte ya sin el
compromiso de realizar portadas sexosas; Jesús Morales Moraliux vende aquí ilustraciones con el estilo que imprimió a Simón Simonazo, y los promotores de la
historieta mexicana, Eduardo Soto Díaz El Metiche y Jorge
Tovalín, director de la revista Comikaze, realizan
encuentros entre creadores y aficionados, así como exposiciones de dibujos
originales.
Y aquí viene una nueva generación que
conoció a la historieta primero en pixel que en papel, Alejandra Elena Gámez
con su Mountain with teeth y Axur Eneas con Este cómic no es arte; Exeivier y su Anterra Crónicas; Corteza Editorial presenta Las aventuras de Astor y Ardelio, Niebla
y Fairy Bitches, de la aventura épica
al desmadre disfrazado de lindas muñequitas.
Ahora bien, hubo grandes ausencias en el
evento. No asistió Luis Sergio Tapia, quien ya no hace La bestia roja pero sigue activo con cómics eróticos, fantásticos y
violentos en este sitio. Y no
asistieron los creadores que publican en Momentum Comics, entre ellos
Raúl Valdés con sus Vigilantes,
y Jorge Break, realizador de Crónicas de Fátima.
Gracias al círculo interno de Festo:
Mónica Valencia (quien obsequió las fotos para esta entrega), Melina Gatto, Luis Gantus, Leonardo Olea y doña Victoria
Noguez por mantener la llama encendida. Tienen reservado su espacio entre las
grandes leyendas comiqueras mexicanas.
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